Durante décadas, la adicción ha sido vista como un problema de carácter o falta de voluntad. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que se trata de una enfermedad que altera profundamente los circuitos cerebrales responsables de la recompensa, la motivación y el autocontrol. El consumo continuado de sustancias o la práctica compulsiva de ciertas conductas modifica el cerebro de tal forma que prioriza la adicción como fuente de placer y alivio, debilitando el sistema de autocontrol y condicionando la vida cotidiana de quien la padece.
Frente a este desafío, la estimulación cerebral no invasiva busca “reordenar” la actividad neuronal en áreas afectadas por el consumo compulsivo. La EMTr aplica pulsos magnéticos sobre la corteza cerebral, generando corrientes capaces de aumentar o reducir la excitabilidad neuronal según la frecuencia utilizada. En la UNAM, los primeros resultados muestran mejoría en síntomas asociados como ansiedad o depresión y un aumento en la capacidad de autocontrol. Aun así, los especialistas subrayan que se trata de una técnica experimental que no sustituye la terapia tradicional.
“La adicción no se resuelve con una máquina. Es un fenómeno bio-psico-social que requiere un abordaje integral: médico, psicológico y social. La estimulación cerebral puede ser una ayuda, pero nunca un sustituto del proceso terapéutico”, explica Antonio Peña Izquierdo, médico especialista en Esvidas.
El acompañamiento humano sigue siendo indispensable. Factores como el entorno familiar, las relaciones, el empleo y las herramientas de afrontamiento son decisivos para que la recuperación sea sostenible. “Una sesión de estimulación cerebral puede reducir el craving, pero sin apoyo social y sin un cambio de hábitos, la recaída es casi inevitable. Las personas necesitan sentirse acompañadas y comprendidas para recuperar su vida más allá de la adicción”, señala Lucía Fronteriz, trabajadora social de Esvidas.