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Sin árboles no quiero café

Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental


Hace unos días, sobre las siete de la mañana, un pequeño camión de los servicios municipales
se colocó debajo de mi ventana. A los pocos minutos escuché una motosierra y despertó mi
curiosidad, porque hace apenas dos meses ya habían podado los Ficus microcarpa para darle
esa forma redondeada y fea que parece un donut.


Cortaban una rama, y entendí que era por la marquesina que la cafetería está colocando sobre
la calzada. Hasta ahora utilizaban la acera, pero, con casi cinco metros, se le habrá quedado
pequeña, o le habrán llamado la atención porque no dejaban el espacio suficiente para el paso
de los vecinos. Ni lo sé ni me importa, porque entiendo que habrán presentado la licencia
oportuna y nuestro ayuntamiento, después de revisar todos los documentos, que son muchos,
como debe ser, se la habrá otorgado.

La sorpresa es que en unos minutos habían talado dos árboles. Más de veinte años creciendo
poco a poco, refrescando la calle, ofreciéndonos su sombra, siendo el refugio de numerosos
gorriones que están siendo esquilmados, capturando el dióxido de carbono que emitimos a
mansalva, oxigenando el pueblo y aportando la belleza intrínseca de la naturaleza, y en un plis
plas, se los cepillaron. Sin derecho a réplica, con alevosía, a traición, como el que cambia un
macetero, para beneficiar a un hostelero que prefiere la sombra de un toldo a la de un árbol.
Más calor, más cervecita, clin, clin, más caja.

Supongo que las hojas, las semillas y una savia un poco pegajosa les iban a manchar las mesas.
Razón suficiente, pensarán algunos; aberración mayúscula, añado yo, cuando el toldo puede
evitar el inconveniente. Pero se mancha. Pues se limpia. Pero es que el toldo choca contra las
ramas. Pues buscas otro que se abra de manera diferente. Pero es que… ¡Que no!, que no hay
excusa que valga para quitar dos árboles que nos pertenecen y son fundamentales para que un
vecino caprichoso se beneficie económicamente.

No es algo nuevo, pasa en todos lados, por eso no digo el nombre de mi pueblo, aunque sea
fácil de buscar. Asistimos al arboricidio sistemático y a la sustitución de la vegetación natural
por macetitas, toldos, parques de adorno y césped artificial. A veces lo puedo entender, ya que
es necesario deshacerse de algún ejemplar por la seguridad del vecindario, porque las raíces
destrozan tuberías o hay que hacer una calle nueva, pero ¿para qué un comerciante no tenga
que limpiar las mesas? Inaudito, increíble, de traca.

Una de las grandes excusas para plastificar y alquitranar las ciudades es el gasto en
mantenimiento. Quizá para ajustar los presupuestos haya que podar menos los árboles o
poner especies autóctonas que necesiten menos gasto de agua y tenerlos más sanos, o reducir
en otras partidas como las luces de Navidad, cartelitos propagandísticos de usar y tirar o
cualquier otra chorradita innecesaria. Pero eliminar la vegetación, a la larga, nos perjudica a
todos.

Nada tengo contra la cafetería, están en su derecho de pedirlo. Lo que me asusta y me apena
es que el ayuntamiento lo autorice. ¿Esta es la forma de invitar a comprar en el comercio local,
a no salir del barrio, a hacer pueblo?
En la ordenanza municipal sobre terrazas no encuentro ninguna referencia a la eliminación de
árboles para facilitarlas. Cuando la aprobaron, no pensaron en que serían capaces de tal
atropello. Y mira que pensaron requisitos y en la infinidad de motivos por los que revocar la
licencia en precario, pero no en eso. Supongo que porque es de cajón que arrancar dos árboles
para poner una terraza es un auténtico disparate. Tendré que revisar la de civismo y
convivencia ciudadana a ver si dicen algo al respecto, porque romper una papelera o pegar un
grito en la calle sí es delito.
Lo más alarmante es que las autorizaciones son anuales, renovables si no cambian las
condiciones de la solicitud. Pero, ¿y si cambiasen o cerrasen? Habrá dos ausencias difíciles de
explicar, a no ser que sean las primeras de las que están por venir.
La única explicación que encuentro, aparte de la falta de cordura de los técnicos que han
autorizado, por muy legal que sea, es la cuestión económica, para cobrar la tasa pertinente,
20,976 €/m², unos 800 al año. Ahora cubrirán los alcorques con la silueta del tronco para
poner un par de mesas más y hacer caja para pagarlos.
Ya lo decía la Bruja Avería: ¡viva el mal, viva el capital!, y los niños gritaban: si no quieres ser
como estos, ¡lee! En plena emergencia climática, lo inteligente es plantar más árboles, o al
menos no cortarlos. Habrá un día en que nos cobren por respirar, y ya será tarde.