Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental
Esta semana ha quedado en evidencia que en todas las casas cuecen habas, en algunas a
calderadas, y que bajo nuestras mantas hay tantos secretos, miserias y vergüenzas como las
que afeamos a los vecinos. Aldama, Broncano, Borjamina, Florentino e incluso los ecologistas
en la COP29, han decidido airear los trapos sucios de los demás para el entretenimiento patrio.
Dirán que tal afirmación, según sus intereses, ideas y colores, es mezclar churras con merinas,
y que para nada tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. A mí me pasa lo mismo,
pero hoy me he levantado menos Quijote y más Sancho, y en mi cabeza todo se confunde. Ya
no sé quién es quién, qué inventado o fruto de mi corto entendimiento para analizar la
realidad.
Lo que ha quedado claro es que el que no corre vuela, que sabiéndose buey que no ara, lo que
le espera es el matadero, y que es mejor morir matando, o al menos dando alguna cornada
para herir al matarife, o esparcir, con el pataleo, el mal olor de las boñigas que provoca el
miedo.
Cada cual tira de la manta por diferentes motivos. Unos porque fuera de ella el frío se sabe
glaciar, otros para enseñar quién ensucia las sábanas, y otros para demostrar su pureza de
sangre y que nadie tenga dudas de que son cristianos viejos y no judíos conversos. Pero todos
coinciden en que lo hacen por la transparencia, claridad y honestidad, aunque la verdadera
razón, es no perder, o alcanzar, el poder, que viene acompañado de privilegios, riqueza y la
veneración de la plebe.
Según parece, eso del poder es adictivo, que las cuatro hormonas de la felicidad se disparan
humillando, sometiendo y pisoteando a los demás. El dinero es solo una herramienta, la más
fácil de utilizar como salvoconducto para expiar tus pecados, para comprar voluntades o
chivos, sicarios y marionetas que se ensucien las manos por ti al ritmo de quinto levanta, tira
de la manta.
Para simplificar las cosas, y como buen español que soy, dejaré de un lado la escala de grises y
me posicionaré en una de las esquinas en cada caso, así nos ahorramos el debate y el intentar
descubrir de qué pie cojeo.
De los aludidos, Florentino Corleone es el único que tiene verdadero poder, maneja los hilos, y
esconde verdaderas atrocidades bajo su manta. Este fin de semana, para justificar su mal
juego, algo habitual en los últimos años, por muchos títulos conseguidos, y sobre todo, para
asaltar el poder supremo del futbol, se ha puesto el traje de mártir justiciero para acusar a la
UEFA de robarle el balón de oro a su marioneta preferida y acusar a sus rivales de comprar la
voluntad de los árbitros. Debería darle vergüenza, pero la soberbia, el orgullo y la prepotencia,
no lo dejan conocerla.
Lo de Aldama es recurrente en nuestro país. El tonto útil que utilizan los partidos y los políticos
para forrarse a costa de los ciudadanos y, llegado el momento, tiran a los leones. El listillo
sacrificado piensa salvarse amenazando con tirar de la manta, pero nunca lo hace, porque
tiene más que perder que ganar. Al final todo quedará igual, mucho ruido y pocas nueces.
Nuevas elecciones, nuevos políticos, la gente votando a los suyos hagan lo que hagan y
perpetuando la corrupción sistémica.
Lo del domador de hormigas acusando las actitudes mafiosas de su competidor, aunque es lo
menos vergonzoso, es lo más gráfico de cómo funciona el poder, capaz de todo, incluso de
humillar a un campeón del mundo, para conseguir sus objetivos, en este caso unos puntitos de
audiencia. Los videos de lobos persiguiendo a los venados es la manera más elegante, irónica,
educativa y brillante de enseñarnos las cadenas tróficas sociales.
La berrea, la bronca, de Broncano, por mucho que me guste La Revuelta, al final es un
jueguecito para despistarnos de lo importante, y terminará con todos lamiéndose el cipote
para no perder su trocito del pastel y vendernos el buen rollito y la paz mundial.
Los únicos creíbles son los ecologistas que han vuelto a mostrar las miserias de la Cumbre de la
Tierra, otro engañabobos y un reflejo del inmoral sistema que nos gobierna. Los creo porque
solo defienden el interés común, el que nos beneficia a todos, el de proteger la vida en el
planeta.
Al final, mi vena quijotesca ha podido con el sentido común de Sancho, pero no con su
practicidad, así que, mientras sigo perdiendo el tiempo entretenido con las cortinas de humo
que nos impiden ver y respirar, me acurruco debajo de mi manta y la agarro con fuerza para
que nadie pueda tirar de ella y dejar mis vergüenzas al descubierto.