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Naturaleza, familia y la voz de un niño

Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental


Volvemos a celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, y David y Sergio vienen a mi cabeza.
Uno es tímido, reflexivo, curioso, muy observador y relaciona lo que ve con lo que leyó en los
libros. El otro es impulsivo, extrovertido, preguntón, un poco despistado y no recuerda donde
aprendió todo lo que sabe. Se complementan, y si se conociesen, si acompasasen sus ritmos,
se llevarían bien, porque saben escuchar, les gusta la naturaleza y comprenden la necesidad de
cuidarla.
Los conocí con apenas seis años en las limpiezas de playas que hacemos. Por supuesto, no
venían solos. Al primero lo llevaba su madre, una mujer que entendió la importancia de la tribu
para educar un niño. Por eso se alió con las maestras y se comprometió con la AMPA de su
colegio. Para formar parte del crecimiento educativo y social de su hijo, siendo consciente de
su responsabilidad, buscó alianzas, sinergias, apoyos, consejos y decidió opinar, colaborar y
trabajar activamente en su formación.
Al segundo era su abuela, sabedora de que hay lecciones que no se enseñan en los colegios,
que es la familia quien educa en valores, la que da ejemplo, la que reafirma lo que aprenden
en la escuela. Decidió unirse a los colectivos sociales, asociaciones ecologistas y
conservacionistas para mostrarle que hay gente que lucha porque cree que otro mundo es
posible; que cada gesto, por minúsculo que parezca, es importante; que los muros se
derrumban con constancia; que los caminos se hacen al andar; que las utopías, los sueños, las
esperanzas, se siembran, se construyen y se alcanzan paso a paso, golpe a golpe, gota a gota,
verso a verso.
Ellos lo absorben todo, y gracias a la tecnología, a internet y a la globalización, manejan
conceptos, ideas y conocimientos que para nosotros eran impensables y que todavía vamos
asimilando poco a poco. Los estamos preparando para un futuro prometedor, lleno de
oportunidades, de mundos por descubrir, y que se cuela en nuestras vidas a unas velocidades
de vértigo en las que no les da tiempo a reflexionar, a detenerse, a saber quiénes son y qué es
lo que desean.
Pero con la esperanza puesta en el futuro, se nos olvida que somos el presente, que son
nuestras huellas erradas las que tendrán que borrar, nuestros desmanes los que corregir,
nuestras barbaridades las que subsanar. Empecemos hacerlo ya, con ellos, para no
avergonzarnos cuando nos pidan explicaciones y tengamos que justificar la inacción, el
pasotismo, la comodidad; el despilfarro de recursos naturales; la perdida masiva de la
biodiversidad; la destrucción sistemática de los ecosistemas; la contaminación de la atmósfera,
los suelos, los océanos y el espacio; la privatización del agua; la especulación de la energía del
sol y del viento; el secuestro de las semillas que nos alimentarán o las medicinas que nos
curarán.

Es el momento de bajar de la nube, de tocar y oler la tierra, de saborear el ahora, de defender
lo local, lo cercano, lo palpable, lo que nos alimenta, cobija y sustenta. Aprovecha estos días
que se acercan, y aprende a mirar con ellos los espacios naturales cercanos, participa en las
limpiezas de playas, en los cuentacuentos, en los talleres de reciclaje, de huellas, de plantas
aromáticas, en los paseos para observar los flamencos que vuelven cada año o los delfines que
nadan en nuestra costa y entre las estrellas.
Olvida tus prejuicios, las ideas preconcebidas, la negatividad que nos invade ante un mundo
que no nos representa e interésate por lo que aprenden en el colegio, por sus inquietudes
ambientales, colabora con la escuela, con la AMPA, con los colectivos sociales, con las
administraciones. Para cambiar el mundo necesitamos marcarles un camino y actuar en
nuestro entorno más inmediato, en el ahora inminente, con nuestros vecinos y amigos.
Dicen que un niño que lee es un adulto que piensa. Yo le añadiría, parafraseando a Jacques
Cousteau, que un niño que lee su entorno, termina pensando y amando su tierra, y por lo que
se ama, se pelea para conservarlo.
La madre tribal y la abuela azul no lo saben, pero le están haciendo el mejor regalo que David y
Sergio podrán recibir jamás. Con su constancia, su compromiso y el susurro cómplice, les han
tejido unas alas capaces de alcanzar lo inalcanzable, y han conseguido que tengan una voz
propia, con la que gritan orgullosos que son guardianes de la naturaleza.
Veremos por donde los lleva la difícil e incierta etapa de la adolescencia, pero hay lecturas,
semillas, lecciones y ejemplos, que nunca se podrán borrar y, que tarde o temprano, les
recordarán quienes son y marcarán su camino, nuestro destino.