Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental
Con la algarabía de un Domingo de Ramos, siete patitos, ánades reales, aparecieron en mitad
de una calle de Almerimar. En la comitiva uno parecía dirigir a los demás, pero a diferencia de
Jesús de Nazaret, no sabía que se encaminaban a un triste final, y mucho menos que habría un
cielo esperándolos. Seis murieron, por el último no he preguntado.
Por respeto a los devotos, no voy a comparar la pasión, muerte y resurrección de Cristo con la
de los pollitos, simplemente aprovecho la coincidencia de la santa semana en la que estamos.
De todas formas, salvo por la simpática procesión y el trágico desenlace, poco más se parece,
porque el Vía Crucis, que es lo que me interesa, no lo vivieron ellos, sino los que intentaron
ayudarlos.
La historia de las crías buscando a su mamá perdida, también ha sido contada muchas veces, y
siempre con finales más amables, ya sea con patos, dinosaurios o un niño con un mono.
Además, por similitud, se parece más a la odisea de la sociedad de la nieve, porque los
valientes, inconscientes o desesperados patitos, recorrieron, unos dos kilómetros y medio
desde el campo de golf, donde imaginamos rompieron el cascarón, hasta el lugar en el que,
una familia que estaba de mudanza, los recogió para que no muriesen atropellados.
Como la madre no se veía, ni había un claro lugar donde dejarlos, hicieron lo que se les pide a
los buenos ciudadanos que hagan, llamar al 112. Y ahí empezó la larga travesía en el desierto
para intentar ayudarlos. Dos veces llamaron y dos veces los ignoraron. La primera con un ya le
llamaremos, y la segunda tras contactar con la policía local que les dijeron que se iban a poner
en contacto con la asociación, que de forma voluntaria y poniendo dinero de su bolsillo, se
encarga de cubrir las carencias del sistema. Todavía siguen esperando respuesta.
Entre lo poco que le preguntaron fue qué patos eran, y al tratarse de patos comunes, que se
ven en cualquier lugar, le quitaron importancia. El protocolo lo tienen claro, solo se recogen las
que aparecen en la lista de especies protegidas. Así que si el animal es doméstico, o aun siendo
una especie silvestre, no está protegida, es cinegética o exótica, no irán a recogerlo y, sin llegar
a decírtelo claramente, te invitarán a que te las apañes como puedas. Y en fin de semana ni te
cuento.
De ti dependerá dejarlos donde estaban y que sean depredados por los gatos del vecino o
convertidos en calcomanía callejera; buscar las asociaciones sin ánimo de lucro que se dedican,
por sensibilidad y principios, a salvar a todas las especies; o quedártelas para intentar sacarlas
adelante, o comerte un pato a la naranja.
En realidad, hagas lo que hagas, te criticarán, porque al final siempre culpan al que hace lo que
le piden que haga, tratándolo de animalista, de peluchista, de mal informado, de inculto o
héroe de redes sociales.
Lo entiendo, los presupuestos son los que son y no dan para perder el tiempo con palomas,
cotorras o ánades reales; que el 112 o los agentes de la autoridad están para cosas más
importantes, y que la ciencia trabaja para conservar ecosistemas y especies protegidas, pero a
la ciudadanía hay que darle una solución cuando se presenta un caso como este. No mirar para
otro lado, llamarlos ignorantes, y dejarle el marrón entre las manos.
Muchos dirán que con el prófugo independentista a punto de volver victorioso, el novio de la
presidenta investigado, el presidente amenazando que su mujer no se toca, Rubiales
pensándose si vuelve del Caribe, y con la amenaza nuclear sobre nuestras cabezas,
preocuparse de siete vulgares ánades reales es una auténtica gilipollez. Y tienen razón, mejor
hacer como ellos.
Moraleja: Si ves un animal con dificultades, piénsalo muy bien antes de intentar ayudarle,
porque al final puedes salir trasquilado. Y si decides hacer lo correcto, lo que piden que hagas,
llamar al 112, emplea el ejemplo de nuestros dirigentes, miente, sin pudor, sin remordimientos
de conciencia por colapsar el sistema, por hacerles perder tiempo.
Cuando te pregunten ¿cua?, di que es un lince, una gaviota picofina o una cerceta pardilla.
Llamarán urgente al Consejero influencer para una buena foto con la que lucirse. Si el dinero
de lo que gastan en fotos cada viernes para volver antes a casa, se lo diesen, para comida y
gastos de veterinario, a las asociaciones que los recogen altruistamente, y dan soluciones
reales al ciudadano, a lo mejor funcionaba el sistema del que presumen.
¡Demagogo!, ¿ahora el Consejero tiene la culpa de que muriesen los patos? Pues sí, porque es
una decisión política, de calderilla, y reparte cheques de millón según le sacan los colores.