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Espacios protegidos y perros

Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental


Para celebrar el Día Mundial de la Vida Silvestre organizamos una vista a Las Albuferas de Adra,
con el objetivo de conocer los valores ambientales que propiciaron su declaración como
Reserva Natural y el deplorable estado de conservación en el que se encuentran. Aquella
mañana se produjo una desagradable situación que resumo, parafraseando Derroche, la
canción que Ana Belén popularizó en nuestro país, con “perros, ternura, que derroche de amor,
cuanta locura”.
El momento de tensión se produjo cuando se le pidió a una de las participantes que pusiese la
correa a los perros que llevaba porque la normativa así lo exige. Ante su negativa a aceptar
que no podían entrar sueltos a una zona muy delicada por la cercanía de las malvasías,
zampullines y demás especies, algunas catalogadas en peligro de extinción, abandonó la
excursión muy contrariada junto a sus dos canes y sus tres acompañantes humanos.
La dificultad para hacerle entender a los dueños que sus mascotas, como ellos mismos, no
pueden corretear sueltas por los espacios naturales protegidos, y la diferencia entre especies
silvestres, asilvestradas y domésticas, es cada vez más frecuente para los Agentes de Medio
Ambiente que se encargan de la vigilancia y protección de estos lugares tan singulares,
delicados y destinados a la conservación de ecosistemas y las especies que los conforman.
No podemos culpar a los perros, evidentemente, pero las consecuencias de su curiosidad,
instinto y ganas de juego, pueden ser graves. En nuestras visitas a Punta Entinas, en la mochila
siempre llevamos el pico de un joven flamenco que encontramos siguiendo las huellas de un
perro que se metía en una de las zonas de mayor protección.
En otras ocasiones son la depredación de los nidos, o el abandono de los mismos ante los
peligros que le acecharán a sus crías, o el pisoteo de determinados lugares donde crecen
plantas protegidas, o sus excrementos pueden propagar enfermedades y hongos, marcan
territorios que ahuyentarán a las especies silvestres y además son desagradables al visitante,
sobre todo si el inteligente de su dueño los recoge en una bolsita y la deja allí para la
posteridad.
Ante la llamada de atención, la mayoría de los dueños, conocedores de la normativa o no, y
con un poquito de sentido común, le ponen la correa, pero hay algunos que la sienten como
una ofensa, y sobre todo como un abuso contra los derechos de sus mascotas, a las que tienen
que defender por encima de todo y de todos con argumentos como que en la naturaleza
mueren los animales depredados por otros, o que son más peligrosos y guarros, y menos
respetuosos y educados los seres humanos que los perros, o que tienen el mismo derecho de
disfrutar de la naturaleza y que son parte de su familia.
En algunas cosas les doy la razón. Yo también los considero seres sintientes como ha recogido
la Ley de Bienestar Animal, y puedo entender el amor, el cariño, la fidelidad, y los lazos que te

unen a un animal. Entiendo que mucha gente prefiera un perro a la compañía humana, y que
algunas parejas sustituyan los hijos por mascotas (hay más perros que niños menores de 14
años), pero hay cosas que se nos están yendo de las manos, hasta rozar la locura, como
humanizar a los perros vistiéndolos con ropitas horteras, dejarles la herencia o enterrarlos en
los espacios naturales protegidos poniéndoles flores de plástico para su recuerdo.
Que conste que en las locuras de cada uno yo no me meto, pero por mucho amor que se les
tenga a los perros, no podemos olvidar que son animales domésticos, que su alimentación,
salud y comportamiento dependen de nosotros, y que por supuesto tienen sus derechos, pero
también sus obligaciones. Y como no saben de leyes humanas, que a veces son contradictorias,
disparatadas y ridículas, sus cuidadores deben hacerlas cumplir por ellos, les gusten o no. Y si
no estamos de acuerdo, siempre podemos intentar cambiarlas.
Soy consciente de que nuestros espacios naturales protegidos se enfrentan a impactos,
alteraciones y problemas muchos más graves, pero este de llevar las mascotas sueltas es de
fácil solución, depende exclusivamente de nosotros. A ver si en los cursillos que la nueva Ley
obliga a realizar a los dueños, además del seguro obligatorio, el chip de identificación y las
vacunas necesarias para garantizar su bienestar, se incluye el sentido común y la
responsabilidad de sus dueños, porque evitaría estas desagradables situaciones en las que
“parecíamos dos irracionales, que se iban a morir mañana”. Yo me comprometo a no contar
chistes. Como entiendo ahora a Arévalo.