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El disputado voto de Punta Entinas

Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental


Cuando uno es capaz de abstraerse completamente del mundo que le rodea, simplifica tanto
su vida que comienza a tener sentido, pero es imposible hacerlo, o mejor dicho, yo aún no he
sido capaz de conseguirlo, y tampoco estoy muy convencido de poder, y querer, lograrlo.
Este fin de semana vino a mi memoria El disputado voto del señor Cayo, de Miguel Delibes, y
por unos escasos momentos, me sentí en la piel del protagonista. Fue un fugaz instante que
ahora magnifico, a la vista de los reñidos resultados electorales.
Mientras la mayoría reflexionaba, cada uno a su manera, en qué España prefiere, nosotros,
con los itinerarios educativos que estamos llevando a cabo por Punta Entinas Sabinar,
paseábamos entre flamencos, lentiscos y posidonias. La noche del sábado nos juntamos casi
sesenta personas para mirar las estrellas, y el domingo por la mañana otros cuarenta
participantes, para observar las aves migratorias en los Charcones de Entinas.
La trascendencia de nuestro voto parecía ridícula en la oscuridad del sendero, bajo la
constelación de Delphinus, entre el silencio roto por la estridulación de las chicharras. Nuestro
tiempo se plantea insignificante ante la edad de las praderas de posidonias, las dunas del
bosque del sabinar, los fósiles marinos que encuentras a cada paso. Nuestros logros quedan
eclipsados cuando conoces la migración de las golondrinas, el diseño de la concha de un
caracol, las estrategias de las plantas para sobrevivir a la aridez.
Cuando descubres, que como los fenicios, romanos, los piratas turcos, los reyes que
defendieron nuestras costas, o los empresarios que explotaron las salinas, todos pasaremos, y
seremos solo un recuerdo, una mueca más de la historia, no queda más remedio que dudar al
menos de si merece la pena, si perdemos demasiado tiempo en conflictos innecesarios, en
construir lo que será destruido, en acumular lo que no podremos llevarnos.
Pero, como decía, fue solo un instante, porque luego mientras hablas con alguno de los
participantes, te das cuenta, de que el ser humano no tiene solución, que no aprende nada,
que se deja llevar por los instintos más primarios, que se siente dueño y señor de todo lo que
le rodea, que presume de su ignorancia y de la fuerza de sus cojones, y que se siente
invencible, inmortal, a pesar de las evidencias de su insignificancia y simpleza, y que no es mala
idea esa de hacer desaparecer civilizaciones cada cierto tiempo, de cambiar las condiciones
climáticas, de mandarnos plagas y hacernos pasar calamidades. Por tontos, por ineptos, por
soberbios.
Y como no tengo esa capacidad divina para mandar diluvios, abrir las aguas y reconducir almas
perdidas, ya sea a base de parábolas o guantazos bien dados, no tengo más remedio que
confiar en que la educación ambiental, esos itinerarios que hacemos, sirvan para hacerle
entender a los especuladores ,que todavía ven Punta Entinas como una zona desperdiciada
para haber ampliado la urbanización o construido un puñado más de invernaderos, o como un

secarral que no produce nada más que mosquitos y donde al menos podrían plantar algunos
árboles para que den sombra, o asfaltar para que no se te meta arena en los zapatos, que
tenemos una suerte tremenda de poder disfrutar un espacio como ese.
Pero como soy consciente de que ese proceso de hacerles entender es lento, y en muchos
caso, imposible por su tozudez y avaricia, no me queda más remedio que reconocer que la
única manera de intentar salvaguardar espacios como Punta Entinas, es la política, ya sea
entablando estrategias, relaciones, o depositando un voto muy concreto en las urnas.
Punta Entinas es lo que es gracias a los políticos que lo protegieron, a los que fomentan su
puesta en valor y lo ven como una oportunidad para conservar sus valores naturales, su
historia y sus tradiciones.
Lo bueno de los itinerarios es que también van muchos niños con sus familias, que están
conociendo ese espacio por primera vez, sin los prejuicios de sus padres, sin los recuerdos de
lo que hicieron y ahora no pueden hacer, sin ver oportunidades perdidas, riquezas no
acumuladas. Y por supuesto, muchos otros vecinos, la mayoría, que van con la intención de
aprender a mirar, y se dejan sorprender al descubrir que viven cerca del paraíso.
En fin, que no soy el Sr. Cayo, y aunque le agradezco que me regalase una bonita reflexión
durante mi jornada de reflexión, le pido disculpas por no seguir sus sabios consejos y dejarme
llevar por el cabreo con los que querían disputarme el voto por Punta Entinas Sabinar. Y ya que
estoy, agradecerle al Santo Job, la paciencia que me ha dado.