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La alargada sombra del Taray

Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental


Un escalofrío corre por las redes desde que una de las ramas del Taray de la playa de los Bajos
apareciese quebrada. No es la primera. Por eso la frustración se torna en rabia, en reproches
hacia el Ayuntamiento, porque se lleva años pidiendo vigilancia, protección, respeto hacia un
árbol que se ha convertido en un símbolo, que forma parte de los recuerdos de muchos
vecinos, y de las fotos de los turistas que nos visitan cada año.
Puede que la rama sea un homenaje a la Torrequebrada que vigiló la costa durante mucho
tiempo, y de la que solo quedan un montón de piedras olvidadas, y una gran urbanización que
lleva su nombre. Quizás eso sea el progreso, y el objetivo del bolsillo de unos pocos, sustituir la
historia, el patrimonio natural, por carreteras y edificios a los que poner el nombre de lo
perdido, lo destruido, lo abandonado.
Es cierto que no se puede culpar a nuestros representantes del comportamiento incívico de
unos cuantos, pero sí se les puede responsabilizar por no cumplir con la legislación vigente, por
mirar para otro lado, por permitir los ataques continuos e indignantes, por ignorar las
propuestas y soluciones que los colectivos sociales, la ciudadanía, ponen sobre la mesa, y que
sólo deben consensuar.
Puede que para muchos el Taray de los Bajos, por mucho árbol singular, cómo está catalogado,
o que sea un superviviente de otro siglo y nos cuente la historia de otro paisaje, otra línea de
costa, otra forma más coherente de vivir, sea un árbol más, y perder el tiempo con estas
nimiedades, no merece la pena. Pero la inacción y la falta de interés ante la merma continua y
sistemática del patrimonio, ya sea cultural o ambiental, es la muestra de a dónde se
encaminan los intereses y la sensibilidad política.
De nada sirve anunciar un museo si para construirlo destruyes una casa que ya era un
auténtico museo, y rechazas a los que se preocuparon de rescatar las raíces del pueblo. De
nada sirve anunciar renaturalizaciones de ramblas, donde el cemento, las especies exóticas y
las facturas engordadas son lo más llamativo. De nada sirve prometer un gran parque en las
salinas destruidas, si para ello debes desnaturalizar la zona que luego ajardinarás. De nada
sirve realizar semanas de la Posidonia, si luego la depuradora que vierte sus aguas sobre ellas
no funciona correctamente, si permites que los barcos echen sus anclas sobre ella, si no pones
coto a los inconscientes de las motos de agua, si, por muchos premios que digan lo contrario,
retiras sistemáticamente, contraviniendo las leyes, los arribazones de la orilla.
De nada sirve excavar el Yacimiento de Turaniana, llevar a los colegios a conocer la Ribera de la
Algaida, si buscas la manera de urbanizar sus alrededores y sigues mirando para otro lado ante
las caravanas mal aparcadas, el tráfico continuo y desmesurado por la zona, y los vertederos
ilegales se multiplican. De nada sirve lamentarse del daño al Taray si le niegas la protección
que podrías solicitar, y permites las barbacoas bajo sus ramas, donde atan los muertos de los
toldos, donde se cuelga la gente para pasar el rato. De nada sirve que la policía local y el resto

de fuerzas de seguridad pasen por allí con sus coches continuamente, si han normalizado las
infracciones y no hacen cumplir las leyes.
De nada sirve crear un Consejo Municipal de Medio Ambiente, si se reúne solo para cubrir
expediente, y en su composición, los representantes sociales son un porcentaje ínfimo
respecto al de los representantes municipales, o empresas y organismos que dependen de
ellos. O si las propuestas allí sugeridas no son tenidas en cuenta y se dificulta a la ciudadanía el
acceso a la información pública obligatoria de los proyectos a ejecutar.
De nada sirven los lamentos, las excusas, las bonitas palabras cuando ya no se puede hacer
nada.
Confío en que los hechos sirvan para poner soluciones, no parches de cara a la galería. Que
estás sean consensuadas con la ciudadanía, debatidas, dialogadas, y que lo que se haga, se
realice con convicción. Si su visión de futuro, del mal llamado progreso, pasa por la destrucción
sistemática del patrimonio cultural y ambiental, que lo digan de forma clara, sin eufemismos ni
medias tintas.
Pueden hacerlo, cuentan con la mayoría absoluta, la ciudadanía respalda sus proyectos,
legitima sus acciones, les otorga su beneplácito para que busquen la mejor manera de
encontrar el equilibrio entre la economía y la conservación, o para que se llenen sus bolsillos si
les place. Les dan mano libre para que hagan con ellos lo que quieran y solo piden que no les
duela. Agradecidos, les untan sonrientes la vaselina.